El
debate sobre la paridad y la participación de las mujeres en la política no es
nuevo. Se trata de una lucha constante, incansable y muchas veces desgastante
que las mujeres políticas han librado durante décadas. A pesar de los avances
legislativos y sociales, la igualdad en el acceso a los espacios de toma de
decisiones sigue siendo una deuda pendiente del Estado y del sistema político
en general.
Las
generaciones más jóvenes de mujeres políticas hemos heredado este desafío con
la convicción de que la representatividad femenina no es solo una cuestión de
justicia, sino también una necesidad para la construcción de sociedades más
democráticas e igualitarias. La participación equitativa en la política, la
economía y la vida social es fundamental para garantizar derechos para todas y
todos.
El
abordaje de esta problemática no es antojadizo ni superficial pero muchas veces
cuando los planteamos nos hacen pasar por locas, pesadas, ováricas, histéricas
o que no entendemos nada de política. Las mujeres en la política hemos demostrado
ser actoras clave en la producción, promoción y acción de temas que, de otro
modo, serían relegados o minimizados en la agenda pública. La violencia de
género, la economía del cuidado, la equidad salarial y los derechos
reproductivos son solo algunos de los temas que han cobrado relevancia gracias
a la incidencia de los movimientos feministas y de las mujeres en espacios de
poder y representación política.
Es importante reconocer que la falta de paridad no solo afecta a las mujeres, sino que también limita el desarrollo de las democracias. Un sistema político que excluye o minimiza la participación y la voz de las mujeres es un sistema vetusto, conservador, poco representativo y violento. Es incapaz de reflejar la diversidad y de enfrentar efectivamente las desigualdades que atraviesa su sociedad.
Sin
embargo, muchas mujeres han logrado acceder a espacios de poder y
representatividad. Esto ha sido posible gracias a las disputas internas y al
esfuerzo incesante de compañeras que, durante años, han insistido en que las
mujeres desempeñamos un papel central en la acción política. Hemos estado en
todos los frentes, demostrando que las luchas y los cambios estructurales solo
pueden lograrse si participamos todas y todos. Aun así, en muchos casos, el
acceso de las mujeres al poder sigue condicionado a que resulten funcionales a
los varones políticos, lo que evidencia la persistencia de estructuras
patriarcales que continúan limitando la autonomía y el reconocimiento pleno de
nuestro liderazgo. Es así que nuestra voz es escuchada y nuestra presencia
respetada en tanto demostremos de manera incuestionable que somos “merecedoras”
de ocupar esos espacios. La
desvalorización de méritos, su trayectoria política, su capacidad de análisis
político, reducen la presencia de mujeres a una concesión en lugar de un
derecho legítimo.
Romper
con esta dinámica es fundamental para consolidar una representación genuina,
basada en un legítimo derecho que nos hemos ganado por ser históricamente
oprimidas, y no en la conveniencia de quienes históricamente han detentado el
poder.
En
síntesis, la lucha por la participación equitativa de las mujeres en la
política es una batalla que aún está lejos de ser ganada. Sin embargo, la
persistencia y la resistencia de las mujeres políticas y de los movimientos
feministas han demostrado que el cambio es posible y necesario. La construcción
de sociedades más justas e igualitarias depende de la inclusión plena de las
mujeres en todos los ámbitos de decisión, asegurando que sus voces sean
escuchadas y sus derechos plenamente garantizados.
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